The way you look tonight


Hace una noche buenísima. Una noche de las que animan a salir. La gente lo hace, claro. Es sábado. Las calles están llenas de gente que camina en grupos por las aceras, buscando colmar la necesidad de evasión semanal. Todo está empezando para ellos.

Para mí también. Tengo un nudo en el estómago, como siempre, antes de verte. Hay cosas que no cambian, a pesar de todo.

Ya he llegado. Sólo tengo que encontrar la sala. El recibidor del edificio es la representación de lo pulcro. Huele a algo, sutil, que no logro distinguir. Inspira tranquilidad. Me acerco a la recepción, prefiero conocer el camino de antemano a perderme en ese laberinto tan pulcro.

-Buenas noches. Busco la sala 29. –ese monolito de mármol que sirve de mostrador está plagado de folletos publicitarios. También hay una planta –natural- y un cestillo con caramelos. Al menos no llevan envoltorio corporativo. Todo un detalle. Cojo varios y me los guardo en el bolsillo del abrigo.

-La sala 29, sí. –una sonrisa muy amable por parte de una mujer vestida con sobriedad y maquillada muy discretamente. La voz es agradable.- Tome el ascensor del centro y suba a la segunda planta. Camine por el pasillo que encontrará frente a usted y allí la encontrará.

“Allí la encontrará”. El nudo en el estómago me ahoga un poco más por un instante. –Gracias.- Y camino rumbo al ascensor, que, afortunadamente, se encontraba en esta planta. Entro y compruebo que es amplio. Miro el cartel de peso máximo y aforo orientativo: 16 personas. Es una manía, no sé de qué diablos me sirve controlar la capacidad de los ascensores en los que me subo, pero miro siempre. Ah, sí, la segunda planta. Pulso el botón y éste se ilumina, contestándome que sí, que ahí nos dirigiremos.

Aprovecho para mirarme en el espejo y me coloco el pelo. Me reviso el maquillaje, aunque la luz del habitáculo es demasiado mortecina como para que pueda verme bien. ¿Por qué lo hago, qué más dará? Salí hace nada de casa, ¿por qué pasarme ahora revista? Precisamente ahora.

Salgo del ascensor tras comprobar que, efectivamente y como la amable mujer del mostrador dijo, hay un pasillo ante mí. Es muy ancho. Hay gente a la entrada de algunas salas. Gente de todo tipo, claro. Joder, ya empiezo a ver caras conocidas. No quiero saludar a nadie, vengo a verte a ti. Camino haciéndome la despistada, a paso vivo. La gente está muy a su bola, afortunadamente. Es tarde, es verdad, y todo se está diluyendo. No me atreví a venir antes.

Entro en la sala. La 29. No conozco a todo el mundo, como es lógico. Veo a gente con la que compartí algún momento hace mucho tiempo, gente a la que he visto más a menudo y, claro, amigos íntimos. Sí, por ahí andan. Todos en corrillos. Lo cierto es que estas ocasiones te sirven para ver lo dispares que pueden ser las amistades. Percibes los hilos que conectan las relaciones humanas. Aquí hay colegas de borracheras, compañeros de trabajo, enemigos íntimos, algún que otra pareja de exs que se encuentran con pareja nueva o sin ella. Todos parecen llevarse estupendamente. Es mentira. Ya no queda tanta gente. Avanzo sin detenerme.

Ah, ahí. Dios. Estás guapísima. Radiante. Tu vestido azul favorito, qué  perra. ¿Distingo ese colgante que era herencia familiar? Joder, se han portado. Me acerco más. A pesar de que el nudo en el estómago se ha convertido en una cruel máquina de estrujamiento de entrañas, sonrío. Me acerco más. Te han peinado y maquillado estupendamente; hasta te han colocado bien el rubor en las mejillas que tanto te cuesta aplicarte a ti. Me inclino a besarte.

Estás tan fría. Es perturbador, aunque ya me lo habían avisado e, incluso, desaconsejado. “Es mejor si no la besas o no la tocas. Es mejor que recuerdes el calor de su cuerpo. Si no, todo es mucho más evidente.” Te miro muy de cerca, como si pudiera descubrir así algún tipo de respiración secreta e inapreciable. Alguna señal que dijera “Eh, que no me he ido. Esto no es de verdad.” Pero no lo encuentro.

-Disculpe. Vamos a cerrar ya el ataúd. – Me habla un empleado, con el mismo código de vestimenta y actuación que la mujer de recepción. Todos son suaves y trabajan para pasar desapercibidos. Para que no recuerdes sus caras, para no resultar una incomodidad.

Asiento un poco desconcertada y vuelvo a mirarte. Hasta la muerte te sienta bien. Qué asco das. Creo que me he olvidado de respirar, porque de repente cojo aire de manera desmesurada, aunque no llega a los pulmones la mayor parte. Me escuecen los ojos justo antes de humedecerse.  

Me doy media vuelta y esquivo a la familia que se acerca. Ahora mismo soy invisible para ellos. Sólo quedan amigos íntimos a la entrada de la sala. Necesito salir de aquí. Me ahogo.

No, no puedo detenerme con vosotros, pienso mientras me acerco a la salida, donde se reúnen los pocos que quedan. Lo escucho justo cuando cruzo el umbral. El sonido, amortiguado, del cierre. Choque de madera tapizada. Cierres adicionales metálicos. Necesito llegar al ascensor.

 Mierda, está ocupado. Las escaleras están al lado. Bajo los dos pisos andando, asegurándome de que no me voy a tropezar.  Clac, clac, clac, clac, clac. Los tacones se estrellan contra los peldaños, uno a uno, hasta que llego al vestíbulo. No tengo ni idea de por qué lo hago, pero giro la cabeza para decirle “hasta luego” a la mujer de recepción. En mi cabeza las dos palabras se formulan correctamente, pero dudo de  que mi voz transmita completamente el mensaje.

Por fin, salgo a la calle.

 No mucho frío. Coches. Gente. Ruido. Hoy empieza todo, aunque no sé qué es exactamente ese todo.
 Me alejo caminando. Por supuesto, hacia ninguna parte. Conservo el sabor del frío de tu piel en mis labios. El rubor artificial, el vestido azul, la absoluta inmovilidad; esas imágenes se interponen entre la realidad y yo. Hasta que miro al cielo, despejado. La luna está prácticamente llena. Voy a tomarme algo contigo, con tu recuerdo, a modo de despedida.

 Ya sé adónde ir. Me sonrío, descendiendo la mirada hacia el suelo, como hago cada vez que recuerdo algo que me gusta. Acelero el paso.

 Hace una noche buenísima.

The way you look tonight (2010)

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