Tránsito (I)

Los pasos son decididos. Zancadas amplias y de pisar rotundo. Velocidad moderada y percusión rítmica producida por el choque de las tapas de los tacones contra la acera. Soledad marcial, podría decirse.

El exterior choca contra las ropas de abrigo que protegen al cuerpo de las bajas temperaturas. Éste intenta irrumpir, de forma continua e invariable. Pero hay que hacerse fuerte. Encogiendo un poco los hombros, en esa reacción natural que busca resguardar al cuerpo del frío, la caminata prosigue inexorablemente: hay un destino señalado.

La cabeza se resiente levemente y el resto del cuerpo adolece consecuencias del cansancio traducidos en molestias, leves dolores. A la mirada también se le ha colocado una barrera. Unas gafas de sol, a pesar de que la luz no es muy intensa, como ocurre en los días despejados de verano. En ese momento es densa, menos saturada en color y, desde luego, apenas cálida. Blanquecina. Esperma de fotones que se derrama   lánguidamente sobre la geografía urbana.
Hay mucho tráfico alrededor, transitan vehículos y personas y ambos son igual de ruidosos.  Avanzar es cada vez más complicado. En realidad lo complicado es hacerlo de forma continuada. Llegan los semáforos, las corrientes de gente que camina en sentido opuesto, los transitares erráticos de los que, en teoría, seguían el mismo. Esquivar, detenerse, volver a avanzar. Esquivar, esquivar.

Y pronto aparece la necesidad de escapar. Varios repartidores entregando folletos de descuento en la asunción de rutinas. Oferta especial para nuevos miembros.

-Ten, muchacha. Estamos que lo tiramos.

-No, gracias.

-Sólo un segundo, es una promoción buenísima. –Recortando peligrosamente la distancia que respeta el espacio vital individual, la figura anónima va aumentando de tamaño mientras se ¿definen? sus rasgos.  Cada vez los ojos más pequeños; la boca, cargada de dientes afilados, más grande.

-No, de verdad. Tengo prisa y no necesito nada de eso.- Pasos torpes que buscan sortear el hábil cercado que se está produciendo sobre ella.

-Pero si lo vas a necesitar, mujer. –Aquella criatura tiene ya unas garras considerables. El panfleto resulta ahora ridículo de tan pequeño entre las zarpas.  La que no sostiene el papelillo se prepara para atrapar a la víctima.

No toca dejarse coger. Cortos pasos hacia atrás que se suceden con rapidez para poder abrir la distancia necesaria entre ambos e iniciar la carrera. No es el día, por supuesto que no.
Una pequeña carrerilla. Algo de viento frío se levanta, revolviendo mechones de cabello, enfriando las sienes. No hace falta seguir a ese ritmo. Ya pasó. La calle sólo vuelve a estar compuesta de eso que llaman normalidad. Pero habrá más. El camino estará así, plagado de contratiempos hasta alcanzar el final del trayecto.

El ruido de los motores, las conversaciones que se proyectan en varias direcciones, todo impacta contra el abrigo. A pesar de la capacidad de abstracción, persiste un constante murmullo átono que se instala en los oídos.

Con la pequeña subida de adrenalina el dolor de cabeza había pasado a segundo plano pero, a medida que las pulsaciones se asientan, así lo hace la molestia. Toca afianzarse las gafas y otear la plaza que aparece ahora. Sin árboles, todo granito. Las sombras proyectadas son las de los quioscos de prensa y revistas, abiertos y en servicio matinal, por lo que las masas de oscuridad que se forman nada tienen que ver con la apariencia nubosa, de encaje, que proporciona la vegetación. Son, por el contrario, poligonales, sólidas. Duras.

Aunque no circulan los coches por ahí, el CO2 puede mascarse. Pero hay que seguir adelante. 

[Continuará]

Ciudad en vertical (2010)

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